Con la renuncia la semana pasada de los abogados de la familia de Claudio Nasco, vuelven a asomarse los fantasmas de las suspicacias. A más de un mes del fatal incidente, muchos pensaron que el misterio estaba aclarado.
Pero la imaginación humana es muy poderosa y cada vez que se revela un dato relacionado con el caso aparecen decenas de sherlocks y detectives expertos, como salidos de la serie CSI explicando el caso. El morbo ha atraído toda clases de argumentos dignos de una película de misterio.
No es un pecado hacer un ejercicio mental de las incoherencias que tiene el caso, es natural que la opinión pública no asuma la primera vez que el asesinato se originó de un desacuerdo económico. La gente cree, o quiere creer, que alguien más esta relacionado al homicidio.
Cuando asesinaron al presidente Kennedy y se rindió el informe Warren, más de la mitad de los estadounidenses se llevaron las manos a la cabeza porque no podían aceptar que un simple y fracasado Lee Oswald asesinara a un presidente de Estados Unidos sin ayuda de nadie. Años después, a pesar de todas las teorías sobre su muerte, unas más desacertada que la otra, sigue en el ambiente ese sentimiento de suspicacia que les hace dudar de la versión oficial.
En el caso de Nasco cuando la policía presentó su informe final, la fiscalia muy sabiamente prefirió seguir con las investigaciones sin dar una opinión apresurada en vista que ciertos elementos del caso no cuadraban y el pueblo no estaba satisfecho, pasado el tiempo necesario para sopesar el estupor que causó el asesinato se entiende que la fiscalía actuó con precaución.
Pero la historia toma un nuevo giro, con el enfrentamiento de patología forense y fiscalía por la presentación de nuevos datos, sobre si se consumó o no el acto sexual entre víctima y victimarios.
Aunque el asesinato de Claudio Nasco se correspondiera con el informe de la policía, las dudas sobre el caso seguirán, por los cabos sueltos y la forma deficiente de comunicar al público dejando la inevitable sensación de que hay algo más.
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